Cuando llegaron fuimos a recibirlos con la zodiac para darles la bienvenida a este lugar privilegiado, pero lo primero que vimos fue un desembarco urgente de Isabel a la playa, harta ya de tanto barco... De hecho se quedó incluso a dormir en la playa. Creo que no acaba de adaptarse a la vida a bordo.
Llevamos dos días viendo desfilar por la playa a nudistas o no nudistas embadurnados de lodo oscuro. Llegan desde Formentera (Illetes) andando y atravesando las lenguas de agua que separan las islas con los macutos en alto, y retornan de igual modo pero teñidos de negro. Es una procesión curiosa, tanto que hemos decidido ir también a embarrarnos, no sea que nos perdamos alguna superpropiedad curativo-enriquecedora. Un caminito nos llevó a una laguna semiseca con algunos pozos llenos de un lodo oscuro y fétido, caliente y gelatinoso, mezclado con pelos o plumas. Una asquerosidad. Pero nos ocurrió lo que a todos... ya aquí, viniendo de tan lejos, habiendo visto a tantos embarrados, después de tanto caminar y sudar (no era nuestro caso)... Nada, que nos metimos en la poza (no todos). Una chica gritaba que habían pelos, otro que había muertos en el fondo, Olga apartaba a Iago anta un posible contagio de lepra o algo similar. Un "experto" nos dijo que ese lodo es el resultado de los excrementos de las aves migratorias depositados durante años y años en la laguna.
Pero al final no ocurrió nada. Ni nos infectamos, ni sanaron nuestros males. Tan solo nos sirvió para hacernos unas fotos divertidas y como excusa para darnos el enésimo baño del día en la playa.
Al día siguiente cambiamos el fondeo y nos fuimos a Illetes. Consisten en unas franjas de arena blanca que se prolongan desde el norte de Formentera dirección a los Freus, bañadas por el mar a ambos lados. El lugar sería genial, si no fuera porque los megayates de Ibiza acuden a diario para bañarse y tomar el sol, quedando toda la zona ocupada hasta la exageración. Y ahí estábamos nosotros también. Dos barquitos antiguos y atrotinados fondeados entre yates espectaculares de Montecarlo, Poto Cervo, etc. El retaurante-chiringuito de esa playa nos ofrecía servirnos a bordo lo que escogiéramos de su carta, pero nos decantamos por desembarcar y comernos la paella sentados alrededor de una mesa. Hay que decir que los precios del lugar estaban acordes a los yates presentes, no así la calidad.
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Ya a la tarde y después de varios baños, levamos anclas para dirigirnos al puerto de Ibiza (Marina Botafoch), siendo zarandeados durante todo el trayecto por los yates que nos adelantaron a toda máquina.
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